Casi nunca se
asomaba al ventanal, sabía, que los álamos no dejaban ver el paisaje, para qué asomarse si solo las
frondosas ramas de los álamos eran todo
lo que podía ver, no le hacía falta contemplar otro horizonte, su vida estaba
en su jardín, en su ventana, detrás de sus cristales.
Allí había
forjado su mundo, el mundo que a ella le había tocado vivir, lo adorno con
ilusiones y sonrisas, sus ilusiones daban luz a toda su vida, no importaba las
estrecheces, ni los sacrificios, ni las
noches en velas ,lo hacía por amor, y eso, y que llegaría el día que sería su hora ,que podría
viajar ,soñar , no tener responsabilidades , y que atravesaría el bosque de los
álamos y su mundo imaginado estaría esperándola y sus sueños se cumplirían, no
importaba la espera .
El chisporrotear
del fuego, sonaba como una metralleta en sus oídos, de pronto se sintió como el
poeta que entona sus versos para oídos extraños,
las llamas consumía hasta la última rama de aquel bosque de álamos y se sintió frágil entre las zarpas de
la realidad, detrás del calcinado bosque solo había una tierra quemada y
estéril , cenizas humeantes que la asfixiaba y vio que ya nada podía hacer, porque su tiempo lo había consumido.
Tenía que tomar
una decisión o caminar por las cenizas
hacia no se sabe dónde ,o volver a su ventanal y mirar el desolado paisaje…
Carmen Pacheco
Sánchez
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