sábado, 10 de noviembre de 2012


En las manos de mi madre cabía un mundo y no es una metáfora poética, literalmente era sí, las manos de mi madre servían para todo. Una cuarta de la mano de mi madre desde el dedo pulgar hasta el meñique media veinte centímetro, así que según mi madre cinco cuartas era un metro. Una cuarta, dos cuartas, tres cuarta… En sus manos era un metro de tela, dos metro de cuerda… Una cuarta más arriba de la rodilla era la medida de mi falda y una cuarta por debajo de la rodilla era la medida de mi falda del uniforme. El puño cerrado de mi madre era la talla de los calcetines envolviendo su puño con el calcetín desde la punta al talón, era la talla treinta y siete, tres dedos más y ya se convertía en la cuarenta.
En la cocina las medidas se hacían con sus manos, el cuenco de una de sus manos para el café, café de puchero como se decía entonces, un cuenco de su mano de café y dos de cebada tostada, la medida perfecta para aquel café de los años cincuenta. El arroz un puñado para cada uno y uno para todos y dos de cominito, otra vez la medida exacta. Los roscos, los pestiños y en sus manos siempre en su justa medida. Un huevo, dos puñaditos de harina… Una pizca de canela, de jengibre, de ajonjolí y sus dedos ágiles pulgar, índice y corazón y esa pinza era la pizca exacta… Para la sal, las especias, y para todo lo que ella llamaba una pizca.
Paredes sucias “Una manita de pintura”, suelos sucios “Una manita de agua y jabón” ,ropa poco sucia “un refregoncillo a mano”, ropa rota, “eso se cose a mano en un momento” ,esas eran sus frases, las que unidas a sus manos envolvían su mundo y el nuestro .Con sus manos junta era un cálido cuenco, el vaso perfecto para beber en las fuentes.


“Lo que dé la mano derecha que no se entere la izquierda” así nos decían que se hacían los favores. “Tiende siempre las manos al que lo necesite” “Tu vida está en tus manos” nadie es responsable nada más que tu, nos decía “Las manos y los ojos siempre dicen la verdad, porque en ellas se quedan las huellas del trabajo y junto con la mirada no podrás engañar a nadie”. Toda sus enseñanzas giraban en torno a una frase donde las manos eran las protagonistas. 
Manos curtidas por el trabajo, manos ágiles y resueltas, manos suaves y acogedoras, como esas zapatillas cómodas que siempre deseamos después de una larga y dura jornada, esas eran sus manos y hoy miro las mías y siento que el paso del tiempo van dejando mi historia marcada en ellas, siguiendo las huellas de las manos de mi madre.