Siempre han
quedado en mis recuerdos las veces que hice el camino a la Carrasquilla, ya
entonces, mi imaginación era un arma para evadir la realidad que por aquella época
nos tocó vivir, a unos peor que a otros ,nuestra familia era una piña en lo
bueno y en lo malo y eso ayudaba mucho ,así, que con el pasar del tiempo solo
prevalecen los mejores recuerdos.
Habían dado las
doces en el reloj de la iglesia, y como un reloj mi tía funcionaba en la
cocina.
-Venga ya está la comida en el canasto, ¿Quien
va a llevar hoy la comida? ,
No sé qué pasaba,
pero pocos voluntarios habían para ese menester, así que como casi siempre me
tocó a mí. El canasto de mimbre primorosamente tejido por las manos de mi tío Juan
, contenía una ollita de porcelana rojiza llena de puchero con su “pringra”,
medio pan y una botellita de vino, cubierto todo por una servilleta de vichy de
cuadros azules y blancos que mi abuela había rematado con una puntilla a
ganchillo en blanco , allí llevaba la
comida para mi tío y para mí .
El camino no era
largo, pero en pleno verano y a las doces del medio día parecía un poco más
largo de lo que era y la cesta se iba haciendo más pesada.
No quería
demostrar que aquello a mí me gustaba y disfrutaba del camino, a demás ,que el
llevar la comida, me libraba de quitar y poner la mesa y del fregado del medio
día, cosa que no me gustaba. Mi tía me daba el sombrero y la cesta, recomendándome que saliera por la
puerta del corral y así ahorrarme un pequeño trecho, y sin que no me olvidara
de que no tenía que hablar con nadie ,ni pararme tampoco, “que no se sabe nunca
lo que puede pasar” esas eran sus palabras sin más explicación .
Pasado el
Chorrillo dejando atrás la Huerta de Conejo ,el camino se hacía cada vez más
polvoriento y seco y aquello alertaba mis sentidos pues ahí era cuando yo
empezaba a disfrutar, todos los niños y niñas que yo conocía tenían miedo de
las bichas y de los lagartos, yo, en cambio, buscaba con la mirada a ver si
tenía la suerte de que una culebra se
cruzara en mi camino , cosa no rara en
esas hora del día, pero que no pasaba con la frecuencia que a mí me gustaba, el
corazón se me aceleraba y intentaba estar quieta para que pasara lo más cerca de
mí , si mis recuerdos no me traicionan o
la imaginación no me hacía ver más allá
de la realidad algunas de las que vi , eran
casi tan largas como el ancho del camino , otras veces veía grandes lagartos
tomando el sol sobre las piedras y preciosas lagartijas de un color verdoso
brillante corretear entre las hierbas, asustadas por mis pisadas , mariposas de
colores anaranjados, otras negras o las
blancas, alegraban la vista por su belleza . Los cagajones de las bestias
también estaban en mi punto de mira, pues me parecían muy graciosos los
escarabajos peloteros haciendo sus bolas, todo el camino era un mundo que se
iba descubriendo a mis pasos ,¡Vamos! los documentales de la 2, en vivo y en directo
.
El desvió de la
trocha para la carrasquilla no era menos agradable, pronto las higueras
empezaban y sus sombras se agradecía, la voz de mi tío esperándome mientras
sacaba un cubo de agua fresca del pozo, y yo sabía que él y yo ,seríamos los
primeros en probar los primeros tomates, los melones o sandias del año, esa era
la recompensa de llevarle la comida, no poca para aquellos tiempos.
Sentados a la
sombra comíamos y después de descansar y con mi cesto ya vacio volvía a pueblo
otra vez disfrutando de la naturaleza, al llegar al pueblo un buen sorbo de
agua del chorrillo para coger fuerzas y subir por la Cuesta del Vicario y
saboreando el momento de decir que ya había probado, el primer melón ,o la
primera la sandia, así me vengaba de los que no querían ir a la carrasquilla a llevar la comida. ( lo del fregado no lo dije nunca ,no fuera
que se me acabara el chollo )
Carmen Pacheco